*Energías, espíritus, bajos astrales y entidades

No soporto entrar en ciertos sitios, porque parece que están abarrotados. No les veo habitualmente, pero sí les escucho como ya te he comentado anteriormente, siempre empieza como un murmullo del que apenas entiendo nada hasta que le presto atención plena. Oigo preguntas y frases cómo «¿qué hora es?», «menos mal que me oyes», «hacéis mucho ruido», «préstame atención»…

Es un poco pesado, sobre todo cuando estoy durmiendo y en mitad de la noche a alguno se le ocurre llamarme por mi nombre al oído o decirme ¡¡despierta!!. O cuando me estoy despertando y los veo a los pies de la cama, o a un lado de ella, mirándome…

Desde que tengo uso de razón me ocurre y recuerdo que debí empezar a ser consciente de ello a los cuatro años. Mi madre contaba que de repente y sin saber porqué a esa edad empecé con los terrores nocturnos, a tener miedo a la oscuridad, a no ser capaz de ir desde mi habitación hasta la cocina sola, y menos a oscuras. Me acuerdo que me costaba sudor y lágrimas atravesar la casa por la noche, caminaba con mi cuerpo pegado a la pared y con una mano hacía como de barrera frente a mi por si algo me tocaba. Era una sensación horrible. Empecé a taparme la cabeza para dormir, como ya te he comentado.

Mi madre no entendía nada, ni yo tampoco porque tenía una especie de bloqueo que no me permitía recordar a cuenta de qué empezó a sucederme todo eso. Y sí es cierto que durante algunos años el percibirlos, escucharlos o verlos estuvo como adormecido, yo creo que por el miedo que me causó tomar conciencia de «ellos». Tomar conciencia de que yo los veía y los demás no podían. Ese bloqueo duraría como unos cinco o seis años, hasta que desapareció y ellos volvieron.

El primero que apareció fue mi abuelo materno para decirme que se iba, despúes un religioso que resultó ser un primo lejano, que yo ni conocía, y vino a decirme que le explicase a mi padre cómo había sido el accidente en el que había perdido la vida unas horas antes. Evidentemente a mi padre no le pude explicar nada porque yo me limité a quedarme sentada en mi cama dando gritos de auténtico terror. Mi padre vino corriendo completamente asustado y mientras yo le explicaba que en mi habitación había un fraile sin cabeza, evidentemente no supo ni que decirme. Sí es cierto que yo le comenté algo sobre un accidente de coche y un tractor, pero ni el entendió nada ni yo intenté explicar más. Recuerdo que al día siguiente, un familiar de Granada llamó para contar que este pariente murió de forma instantánea por decapitación cuando su coche se estrelló contra un tractor en la carretera. Creo recordar que este muchacho estaba estudiando en el seminario. 

Y situaciones parecidas se fueron sucediendo a lo largo del tiempo, un tiempo durante el cual, a medida que este iba pasando, yo iba aprendiendo a convivir con todo esto. Lo pasé verdaderamente mal, porque cuanto yo más renegaba de ello, menos me dejaban en paz, más me molestaban. Hasta que mi querida amiga Paqui, mi gran Madre Bruja, que por desgracia nos abandonó en Marzo del 2018, me dijo «no luches, acéptalo y convive con ello. Te seguirán molestando hasta que les hagas caso». Y así fue. Fue como firmar una tregua. 

Pero la tregua no trajo la paz, fue como abrir la veda de caza, la única diferencia es que empezaron a comportarse de otra forma, quizá más tranquila en lo que a la actitud de ellos hacia mi se refiere, porque no desaparecieron, sino que se multiplicaron. Para lo que sí me sirvió firmar esa supuesta tregua fue para poder tomar aire… y poder acompañar a mi hijo menor en su proceso exactamente igual que el mío. Ahora éramos dos con el mismo «problema». La única diferencia es que mi hijo se lo tomaba, y se lo toma, con toda la filosofía del mundo.

En los últimos tiempos en casa he tenido alojados a unos pocos. Algunos se han ido por aburrimiento, otros aparecen de vez en cuando y con algunos he tenido que ponerme firme e invitarles a abandonar el lugar. Te describo a algunos. Hay uno de ellos, mejor dicho ella, a la que le encanta rozarme la mejilla o la cabeza. Algún día te contaré quién es exactamente:


– El que apaga la vitrocerámica cada vez que a mi se me olvida, y sube la calefacción.
– La señora que no nos deja en paz hasta que hacemos las paces después de una discusión. Ah, por cierto, se llama Fátima es una antepasada mía. Una mujer muy mayor.
– El del cuarto de baño que saca peines y rollos de papel y los pone en fila en el suelo, abre las puertas del armario del cuarto de baño de par en par y golpea en la pared de la bañera, e incluso tuvo la osadía de «tocarme» un par de veces.
– El viejo de la habitación infantil, quien se pasaba carraspeando toda la noche mientras paseaba de un extremo a otro de la habitación, andando malamente y arrastrando las zapatillas, sobre todo en las noches que mi hijo estaba enfermo. Era como si a la misma vez que le vigilaba le hiciese compañía.
– El que lanza juguetitos pequeños de goma desde la habitación infantil hacia el pasillo de la entrada.
– El niño que notábamos saltar y corretear por encima de la cama grande.
– El que juega con nuestros gatos y molesta al perro.
– El niño que pasa por delante de la puerta de la cocina, siempre en dirección hacia la habitación infantil.
– El guardia civil vestido con el uniforme de la época de la guerra civil española, un hombre bajito, robusto y con poco pelo que tiene la mala costumbre cuando amanece de quedarse de pie, cerca de los pies de la cama, mirándote de medio lado y nunca habla.

Y los que van y vienen… Y los que hubo tiempo atrás en otras casas en las que vivimos… Sí que es cierto que hubo uno muy, pero que muy complicado, que nos hizo la vida imposible hasta el último día de estar en aquella casa. 

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